Ojalá pudiéramos traer conocimiento o habilidades nuevas de otros lugares; quizás a través de un microchip insertado como una USB, o con el simple hecho de quererlo y obtenerlo.
La realidad es que en esta vida nadie nace con una habilidad o con un conocimiento nato, algo oculto o transmitido por código genérico. La excepción a esta regla son las funciones motoras o habilidades naturales que nos han permitido seguir vivos, pero que aún así fueron adquiridas y perfeccionadas con el tiempo, lo que nos permitió evolucionar a través de los años.
Lo curioso de la evolución es que la supervivencia de una especie se define por el éxito grupal, pero como las batallas ganan guerras, cada victoria individual es un grano que completa un mar.
Cada grano de arena tiene su forma; una manera de reflejar la luz, una composición que lo hace único, un relieve, una historia, y a pesar de ser parecido con otras minúsculas partículas de esta materia, es diferente.
Cada uno somos diferentes, quizás no como especie, pero si como individuos.
Aquellos que han podido explorar y explotar su propia individualidad son los que han podido rebasar los límites regulares del conocimiento del que estamos acostumbrados.
Podremos leernos un millar de opiniones que ofrecen un millón de opciones para realizar un billón de cosas en una infinidad de maneras. Quizás podemos escuchar el viento e interpretar las vibraciones para transformarlas en conocimiento a través de nuestra conciencia y experiencia. O simplemente podemos observar y reflejar esos fotones, que al ser interpretados por nuestra electricidad fluctuante, resulten en una nueva forma de construir, de hacer, o de pensar.
Todos tenemos una forma y todos tenemos que conectar, escuchar y observar, porque adquirir, cambiar y transformar conocimiento, es decir, aprender algo nuevo, es un camino que cada uno debemos de encontrar; desde el calor de nuestro hogar, hasta cualquier otro lugar.